martes, 15 de diciembre de 2009

Progeria Mental


La educación es un músculo roto que se resquebraja cada vez más.

El conocimiento de la vida no puede ser el producto de una muerte progresiva. Seis horas con el culo pegado a una silla. Con las ganas pegadas a una silla.

A la mierda la necesidad de moverse. Nos mataron la curiosidad. Nos mataron los ojos-luces de niño. Nos han matado la infancia.
La lapidaron con libros, con apuntes, con tinta negra corriendo en los papeles. Con horarios insalvables, incambiables, insoportables.

Nos mataron la curiosidad con oleadas de información que no nos importaba. Queríamos saber y nos encerraron en unas aulas podridas. Nuestra curiosidad quedó detrás de la ventanas.

Nos enseñaron a no interesarnos por aquello que no nos enseñaban. Por lo único que realmente nos había interesado alguna vez. Y así, aprendimos a no interesarnos por nada.
Y así, empezamos a morirnos.

Nos enseñaron que aprender era sinónimo de callar. De obedecer. De escribir, de ojeras, de millones de pupitres cansados, de relojes que andaban muy lentos.

Nos quemaron la atención. Nos volvieron cansados. Convirtieron al saber en una bestia aburrida (y qué puede dar más miedo a un niño que el aburrimiento) e hicieron que huyésemos de él para sobrevivirnos. Hicieron que esperaramos la hora del recreo como perrxs esclavxs y encerradxs que esperan ansiosxs la hora del paseo. Y huíamos así, aterradxs, de todo ese conocimiento en que no éramos capaces de re-conocernos.


Y así empezamos a dejar de ser humanxs (pequeñxs y curiosxs y con ojos abiertos y despiertos) para empezar a ser un poco más personas (cansadas, apáticas, con ojeras y mucho, mucho sueño).

Reventaron nuestros huesos, que no podían parar de moverse. Los pegaron a todas esas sillas. Hicieron de nuestro cuerpo en movimiento un tronco obligado ansioso que no entendía por qué tenía que pararse.

Nos robaron la infancia. Nos cambiaron las carreras continuas hacia todas partes por un montón de paradas obligadas. Nos comieron los ojos abiertos y despiertos un montón de legañas mal cuidadas. Nos agotaron la imaginación con un montón de datos que debíamos aprender de carrerilla, cuanto antes mejor, para evitar que el tiempo se nos escapase. Nos cambiaron las canciones infantiles por poemas larguísimos que memorizábamos para recitarlos con voces graves y sumisas, con voces de adultxs que aún teníamos que perfeccionar.

Nos cambiaron los juegos por exámenes y por horas encerradxs estudiando mientras aplazábamos toda nuestra infancia viéndonos envejecer.

Nos enseñaron que ganar era algo más que "No quedarla al coger". Que era mejor un 10 que un 5. Que era mejor una persona que sacase un 10 que una persona que sacase un 5. Que había personas mejores que otras. Y que teníamos que intentar estar siempre entre los mejores. Porque ser el mejor no era sólo ser el mejor en algo: era saber que los demás eran peor que tú.

Nos inculcaron así esa carrera de galgos. Nos hicieron entender todas esas ansias y nos ayudaron a desentender nuestra vitalidad primera, nuestras ganas niñas de conocerlo todo, de olisquearlo todo, de probar y correr y buscar y saber. Nos quemaron la infancia.

Nos enseñaron a morirnos poco a poco.
Nos ayudaron a empezar a matarnos.


Carmen, Noviembre 2009, Dos Hermanas (Sevilla)

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